La agricultora de los desfavorecidos
No mucho después, en 2008, inauguró su primer huerto solidario, y desde entonces no ha dejado de crecer y expandirse por todo Estados Unidos. En 2018, tras una década de trayectoria, donó casi 18 toneladas de frutas y verduras a asociaciones sin ánimo de lucro, con las que podría haber alimentado a 250.000 personas distintas. Sin pedir nada a cambio, sin presumir, sin dejar de querer crecer.
Actualmente, Katie cursa estudios de comunicación y sostenibilidad medioambiental en la Universidad de Charleston, una carrera que sin duda la ayudará a llevar su iniciativa al siguiente nivel.
Uno de los grandes méritos de Katie, además del obvio y principal, es que está enfocando la gestión de los huertos a las nuevas generaciones, a una juventud que, como ella, está más preocupada y concienciada por estos asuntos que las generaciones precedentes. Como puede verse en su Instagram, donde apenas sobrepasa los 2000 seguidores (ojalá su causa se viralice, llegue a los oídos adecuados y pueda recibir más ayudas), los encargados de sembrar, recolectar e incluso cocinar los alimentos son niños y adolescentes, jóvenes que dentro de no mucho serán adultos y habrán crecido y madurado con una sólida conciencia social y medioambiental, la única vía de escape a los problemas que afronta nuestro planeta. Y lo está haciendo por partida doble, porque todo lo cultiva y dona es, naturalmente, vegetal, con lo que contribuye a reducir las emisiones y el uso de agua, concienciando a todos los involucrados y beneficiados sobre la importancia de una dieta de este tipo frente a las basadas en productos animales, mucho más contaminantes, derrochadoras y nocivas en general. También apoya esta causa regalando semillas a quien quiera iniciar su propio huerto y apostar por la sostenibilidad desde la base.
Pese a recientes dificultades, como haber tenido que trasladar su primer huerto a otros terrenos, Katie encara esta segunda década con una influencia y relevancia crecientes, ofreciendo becas a jóvenes interesados en seguir su camino, inspirando a muchos a preferir un futuro más verde y sostenible, enseñando a decenas de comunidades cómo aprovechar al máximo los recursos, y, sobre todo, alimentando a miles de personas que, sin su admirable contribución, estarían en una situación extrema, o quizá ni siquiera estarían ya. Si aquí siguen, es en buena parte gracias a una joven que regaló a sus vecinos lo primero que la tierra le regaló a ella.