La influencia, la carne de la esencia. Para los veganos, la influencia, el THC de la ciencia.
Todos luchan por penetrar en la esfera. Espermatozoides 2.0 con visos de entrar en el Gran Óvulo. En la Esfera 3.0. Compro seguidores aunque no sepa qué es el engagement y me maquillo con crema "Trendsetter". Ya todo el mundo quiere ser cool. Wannabes esferales. Quieren ser influencers.
Los más eruditos huyen de los perfiles tipo "Acapulco Shore" en México u "Hombres, Mujeres y Viceversa en España". Platicar de los mismos personajes de siempre en la red no es estar en la onda, por muy buenos resultados que sus publicaciones vomiten.
Dicen en sus conferencias que ser influencer no es nuevo. Que ya lo eran Leonardo Da Vinci, Marie Curie o Georgie Best en sus respectivos siglos.
Lo más curioso del asunto es que, pese a que mucha masa de este entorno es verdadera mala persona, nadie habla de los influencers en clave negativa.
Aquellos que tienen un target bien definido: la mala gente. Individuos que bien por voluntad propia, bien por ignorancia, son malos. Malévolos. Diablos. Malparidos. Déspotas. Gonorreas. No leídos. Mala hierba. Acomplejados. Ciénagas.
Digámoslo sin tapujos: una marca puede emplear a estos perfiles para llegar, por ende, a un espectro de gente de la misma naturaleza. A toda esa Esfera 3.0 de auténtica mala gente con premeditación y alevosía.
Hay gente que gusta porque la espiral que crea a su alrededor es negativa.
Si tengo un empleo de mierda, no quiero a mi mujer y me gustaría haber leído más de pequeño para no cometer faltas de ortografía o no soy todo lo alto que me gustaría, pues resulta que me topo con un José Mourinho que se caga en todo el mundo, y me gusta.
Me identifico con él. Pone nombre y apellidos a mi frustración y me permite esconderme tras su imagen tótem (porque además de diabólico y acomplejado, soy cobarde).
Que de repente una marca de lentes de sol comete un error haciendo una broma pesada en su perfil en Twitter, pues descargo toda mi adrenalina, justificada o no, frente a una diana bien concreta y reconocible.
Y Donald Trump. Sublime eufemismo encarnatorio. ¿Que mi vecino negro o hispano tiene una trayectoria intachable, no delinque y además tiene un BMW cuando yo tengo un Nissan Tsuru, una mujer guapísima, dos hijos ejemplares, y, además, sonríe? Pues ahí va mi voto. Porque escondo mi ansiedad tras esta imagen tótem que ha conquistado América.
Porque, amigos, la ansiedad, la rabia y la impotencia son un interesante nicho poblacional. Es un área bien tangible. Es plenamente aprovechable. Da igual qué efecto provoque en su entorno más inmediato y con mejores intenciones.
Debería ser targetable en Facebook o Linkedin Ads. Es algo que no se va en las 24 horas que dura un Instagram o Snapchat Story.
Marcas, no pierdan de vista este segmento para sus campañas. Porque ha conquistado al país de Los Goonies.
GOD BLESS AMERICA