Contratos de exclusividad y patrocinios aparte, si una figura relevante quiere mostrar un producto en sus contenidos de forma proactiva, no somos quien para criticarlo. Los hay que no necesitan esos posibles ingresos, o simplemente no ven necesario pedirle una retribución a sus marcas predilectas. Precisamente esa es la virtud de las love-brands, ¿no? Y Coca-Cola, la afectada por el caso Selena, es la love-brand por antonomasia, de esas que sólo hacen publicidad por amor al arte. ¿Tan seguros estamos de que pagó por esa fotografía? ¿Por qué Gómez habría de etiquetarla como contenido patrocinado en caso de ser un acto inopinadamente voluntario? Monetizar ocasionalmente la influencia no debería implicar el renunciar a ser un brand-lover convencional, un simple consumidor con sus favoritismos y debilidades.
Vale que el influencer marketing está de lo más boyante, canibalizando perfiles como un depredador, pero tanta suspicacia cansa un poco. Lo que es publicidad lo es, y lo que no, no. Si no hay remuneración de por medio, aunque se haya ofrecido y el influencer la haya declinado por lealtad, es un contenido como cualquier otro. Cuando se trata de una promoción en toda regla, por otra parte, suele estar bastante claro. No caigamos tan rápido en el 'ya no queda nada puro'.
Si el sector se profesionaliza y todos los influencers se limitan a colaborar con esas marcas de las que hablarían motu proprio, como cualquier consumidor fiel, no tendremos que seguir sospechando cada vez que aparezcan productos en sus contenidos. Hasta entonces, y por muy natural que sea su aparición, seguiremos temiéndonos que están intentando colárnosla por la escuadra.