Ya hemos dado la respuesta: la influencia tiene límites, o mejor dicho, cada persona se deja influir hasta un punto. Hay líneas rojas demasiado anchas, demasiado comunes. Simplemente, por muy populares que fueran todos estos famosos, no podían convencer a sus fans de algo que no era cierto. La inclinación política o ideológica era un tema demasiado sensible y delicado, pero a la vez demasiado fuerte como para ser derribado. Clinton no era una buena candidata, y ni siquiera la aversión a Trump le ha reportado el apoyo esperado, por mucho que los líderes de opinión invitaran a hacerlo.
Centrándonos en el entorno publicitario, la cuestión es: ¿es posible amplificar cualquier mensaje y conseguir los objetivos deseados mediante la influencia de terceros? Desde luego, la dificultad varía drásticamente de una campaña a otra. No tiene nada que ver un spot solidario de Coca-Cola con una promoción de aparatos de aire acondicionado. Es más, podríamos decir que hay marcas que no tienen margen de maniobra dentro del márketing de influencers.
No es una cuestión de inversión, sino de filosofía; todas aquellas compañías que puedan ensuciar la reputación de los influencers van a ser sistemáticamente rechazadas por ellos. Cualquier marca que pretenda ir contra la opinión pública fracasará una y otra vez, sin importar el calibre de los perfiles que alcen la voz a su favor. De ahí que sean tan difíciles y estériles las contracampañas para limpiar una crisis corporativa.
No decimos que no haya influencers para cualquier temática, de hecho los hay, como hay personas con opiniones aisladas o controvertidas. El problema es que por mucho que se esfuercen, los resultados nunca estarán a la altura de lo esperado, ni aun consumiendo grandes dosis de realismo y prudencia a la hora de calcularlos. Por no hablar de lo contraproducentes que pueden llegar a ser estas acciones.
Será malo para el negocio, pero la honestidad y la ética deben prevalecer también en la publicidad online. Un influencer tiene el deber moral de negarse a hacer campañas que atenten contra ciertos valores, por mucho que le ofrezcan, o como mínimo advertir de su improcedencia, del mismo modo que las agencias tienen derecho a rechazar proyectos, sea por objeción de conciencia o por mantener la calidad del servicio. Sólo así se evitará malgastar un dinero que habría dado muchos más frutos invertidos en otro asunto. E ir al infierno publicitario.