Las zapatillas que usa Kylian Mbappé o el champú que recomienda Ricky Rubio se nos graban en el cerebro incluso aunque nuestro lado más consciente discierna que se trata de una colaboración pagada. La admiración que sentimos por ese deportista es, sin duda, un factor determinante que se extiende a todos los demás ámbitos más allá de lo meramente deportivo. Elegimos a estos modelos de influencia por la confianza que nos genera su criterio cómo derivado de la fascinación que nos despierta su figura.
Si lo dice LeBron James, me lo creo. Queremos ser como Stephen Curry, como Messi, como Rafa Nadal… El deporte es, sin duda, la disciplina que despierta nuestro lado más pasional, nuestros sentimientos más primitivos. El consumo está estrechamente ligado a las emociones, elegimos una marca o un servicio, no solo por la calidad que la misma nos ofrece si no por lo que utilizarla nos hace sentir. La mayoría de campañas publicitarias, conectan todos nuestros sistemas de alerta para despertar nuestros deseos más íntimos.