MAKE THE PLANET GRETA AGAIN
Esta hipótesis viene a colación del renovado auge de la popularidad de Greta Thunberg, la joven activista sueca, quien, de existir este baremo, tendría a día de hoy tantos seguidores como detractores. Y hablamos de millones en ambos casos.
Su reciente paso por la Cumbre del Clima de Madrid (incluyendo la farragosa singladura Atlántico a través para no contaminar más de la cuenta) ha vuelto a colocarla en la diana de todos los halagos y todas las críticas. El hecho de que sea una nativa digital y tenga la capacidad nata de exponerse naturalmente en este medio ha contribuido a que los tradicionales se hayan sumado a la cobertura, haciendo de Greta una influencer de espectro completo, por acuñar un nuevo concepto.
No vamos a entrar en lo artificioso o meteórico de su ascenso, ni en los prestidigitadores que supuestamente la asesoran ni en todas esas teorías, más o menos conspiranoicas, que la envuelven como un aura maldita. Hoy nos centraremos en su rol como figura influyente, en el calado de su mensaje y en sus particularidades como mesías moderna.
No es moco de pavo que, casi a término de este ecléctico 2019, la revista Time la haya elegido como personaje del año. Es un hito que este reconocimiento haya recaído en una mujer, menor de edad y vegana. Incluso se la está proponiendo como candidata al Nobel de la Paz. Dice muchas cosas del cambio de paradigma social que nos sacude. Estos tres factores constituyen, además, la base del odio que recolecta a su paso: una voz tan discordante, encarnada en una figura tan displicente para con los cánones clásicos de la relevancia, escuecen y mucho a los cerebros más paleolíticos. Para estos, dignarse a escuchar lo que tenga que decir un ser tan inferior es un verdadero oprobio. Y el problema es que gritan muy alto.
Se opina constantemente que debería estar estudiando, o al menos no hipotecando su infancia en una tarea tan desgastante, pero esos mismos criticadores no suelen ver problema en que influencers mucho más jóvenes sean utilizados por sus padres como reclamos comerciales o que adolescentes de la edad de Greta decidan abandonar los estudios para hacerse Youtubers y vivir de su adicción a los videojuegos. Ella, que tiene 16 años y en gran medida sabrá lo que se hace, está dedicándole todo su tiempo a una causa justa y altruista, una convicción de la que no tenemos razones fundamentadas para dudar, y aunque la guíen, asesoren e incluso manipulen, supone un sacrificio loable por un propósito que todos deberíamos tomarnos muy en serio y arrimar de una vez el hombro. Todo esto, además, llevando a cuestas un síndrome de Asperger que le hace preferir la discreción a la atención.
Greta no es la primera, ni será la última, de una generación nacida en este siglo que de verdad se preocupa por el cambio climático, porque se juegan envejecer en un desierto y respirar aire reciclado. De hecho, hay jóvenes activistas en muchos países, como Hilda Nakabuye, la representante ugandesa de Fridays For Future, que se están dejando la piel por los mismos motivos sin generar tanto revuelo mediático y a los que se les debe reconocer el mismo mérito. Es un curioso cisma el de su generación: unos prefieren dejar el colegio por una fama efímera e inconsistente mientras otros lo aparcan para que esos mismos sedientos de popularidad puedan sobrevivir a la edad adulta. Y lamentablemente son más los primeros que los segundos.